jueves, 26 de marzo de 2009

CATEQUESIS POP (I)

¿Eres de letras? ¿mixtas quizás? ¿eres de fé? ¿de fá? ¿eres de ciencias? ¿confusional? ¿evolucionista? ¿creacionista? ¿ni puta idea?...
La ciber-catequesis en la era cuántica retoma las parabolas para retroalimentar el eterno debate entre los que prefieren la tierra redonda o plana, de plasma o LCD. Como de momento lo único que está meridianamente claro es que el universo gira en torno al ego humano, quedémonos con sus símbolos, con su iconografía...y es aquí queridas amigas donde saco EL PLÁTANO para unificar teorías:

¡Atención a estos dos catequistas!



(ergonomic for the people)

Hermanas y hermanos si DIOS es AMOR: "El único fruto del amor es la banana, es la banana. El único fruto del amor es la banana del mio cuor {2x} La banana, la banana, la banana del amor. La banana, la banana, la banana del mio cuor."


Primero fueron las catacumbas y después vino el underground.


Como unir lo indie y lo religioso mas allá del parecido físico del Devendra con Jesús: La respuesta está en la SANTÍSIMA BANANA que resucitó de lo fashionable para convertirse en el PANTOCRATOR de la era pop.


La mochila como cruz postmoderna donde tiene cabida lo mejor y lo peor de nuestro tiempo.


Un nuevo y estilizado mártir, un ídolo para la juventud, alguien a quien seguir y en el que creer.

Hay preguntas que no traen respuestas implícitas en el hardware pero hay evidencias en la naturaleza de que el software muta en una misma dirección, hacia la luz. Eso es el BIOFEEDBACK, eso es LA BANANA: Un rayo de sol hecho fruta para iluminarnos y darnos potasio para que nuestro cerebro pueda buscar la respuesta.


Despues de esto espero que no volvais a mirar un plátano con los mismos ojos, ni a pelarlo inconscientemente.


jueves, 12 de marzo de 2009

EL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRÍADA O EL ACORDE PERFECTO (FINAL)

Tenía tres caminos: o colar el sonido a través de algún cuerpo que lo absorbiera, no dejando pasar sino las ondas luminosas: algo semejante al carbón animal para los colorantes químicos; o construir cuerdas tan poderosas, que sus vibracio­nes pudieran contarse, no por miles sino por millones de millo­nes en cada segundo, para transformar la música en luz; o redu­cir la expansión de la onda luminosa, invisible en el sonido, con­tenerla en su marcha, reflejarla, reforzarla hasta hacerla alcanzar un límite de percepción.

-Un pabellón auditivo recoge las ondas sonoras. Este pabe­llón toca al extremo de un tubo de vidrio negro, de dobles pare­des, en el cual se ha llevado el vacío a una millonésima de atmósfe­ra. La doble pared del tubo está destinada a contener una capa de agua. El sonido muere en él y en el denso almohadillado que lo rodea. Queda sólo la onda luminosa cuya expansión se ha de reducir para que no alcance la amplitud suprasensible. El vidrio negro lo consigue; y ayudado por la refracción del agua, se llega a una re­ducción casi completa.

-¿Y por qué el vidrio negro?
-Porque la luz negra tiene una vibración superior a la de todas las otras; y como por consiguiente el espacio entre movimiento y movimiento se restringe, las demás no pueden pasar por los in­tersticios y se reflejan. Es exactamente análogo a una trinchera de trompos que bailan conservando distancias proporcionales a su tamaño. Un trompo mayor, aunque animado de menor velocidad, intenta pasar; pero se produce un choque que lo obliga a volver sobre sí mismo.

-Reducida la onda luminosa, se encuentra en el extremo del tubo con un disco de mercurio engarzado a aquél; disco que la detiene en su marcha.

-Sí, el mercurio. Como cuando el profesor Lippmann lo empleó para corregir las interferencias de la onda luminosa en su descubrimiento de la fotografía de los colores. Así, pues, el disco de mercurio contiene la onda y la refleja hacia arriba por medio de un tubo donde hay dispuestos tres prismas, que refuerzan la onda luminosa hasta el grado requerido para percibirla como sensación óptica.

Pero falta algo aún, este algo es mi piano cuyo teclado he debido transformar en series de siete blancas y siete negras, para conservar la relación verdadera de las transposiciones de una nota tónica a otra; relación que se esta­blece multiplicando la nota por el intervalo del semitono menor, quedando convertido, así, en un instrumento exacto. Los pianos comunes, cons­truidos sobre el principio de la gama temperada suprimen la diferencia entre los tonos y los semitonos mayo­res y menores, de suerte que todos los sones de la octava se redu­cen a doce, cuando son catorce en realidad.
Pues bien, pretendo demostrar que la música es la expresión matemática del "alma": Si multiplicas el semidiámetro del mundo por 36, obtienes las cinco escalas musi­cales de Platón, correspondientes a los cinco sentidos.

-¿Y por qué 36?

-Hay dos razones: una matemática, la otra psíquica. Según la primera, se necesitan treinta y seis números para llenar los inter­valos de las octavas, las cuartas y las quintas hasta 27, con números armónicos.

-¿Y por qué 27?

-Porque 27 es la suma de los números cubos 1 y 8; de los li­neales 2 y 3; y de los planos 4 y 9; es decir, de las bases matemáticas del universo. La razón psíquica consiste en que ese número 36, total de los números armónicos, representa, además, el de las emo­ciones humanas.

-¡Cómo!

-Goethe y Schiller, afirmaban que no de­ben existir sino treinta y seis emociones dramáticas. Un erudito, J. Polti, demostró en el año 1894 que la cantidad era exacta y que el número de emociones humanas no pasaba de treinta y seis.

-¡Es curioso!

-En efecto; y más curioso si se tienen en cuenta las siguientes observaciones. La suma o valor absoluto de las cifras de 36, es 9, número irreductible; pues todos sus múltiplos lo repiten si se efec­túa con ellos la misma operación. El 1 y el 9 son los únicos núme­ros absolutos o permanentes; y de este modo, tanto 27 como 36, iguales a 9 por el valor absoluto de sus cifras, son números de la misma categoría. Esto da origen, además, a una proporción. 27, o sea el total de las bases geométricas, es a 36, total de las emociones humanas, como x, el alma, es al absoluto 9. Practicada la opera­ción, se averigua que el término desconocido es 6. Seis, fíjate bien: el doble ternario que en la simbología sagrada de los antiguos, sig­nificaba el equilibrio del universo.

-El universo es música. Pitágoras te­nía razón, y desde Timeo hasta Kepler, todos los pensadores han presentido esta armonía. Eratóstenes llegó a determinar la escala celeste, los tonos y semitonos entre astro y astro...

...y habiendo dado con las notas fundamentales de la música de las esferas: Se puede reproducir en colores geométricamente combinados, el esquema del Cosmos.

En verdad, hasta la naturaleza mas refractaria se conmoverá con estos sones. Nada tienen de común con las armonías habitua­les, y aun podía decirse que no es música en realidad; pero lo cierto es que sumergen al espíritu en un éxtasis sereno como quien dice formado de antigüedad y de distancia.

Una armonía en la cual entran las notas específicas de cada planeta del sistema; y este sencillo conjunto termina con la sublime octava del sol...

-¡Mira ahora!

-¡La octava del sol, muchacho, la octava del sol!